viernes, 18 de junio de 2010

El Colchón

El colchón estaba duro. Muy nuevo para mi gusto, pero me sirvió para meditar toda la noche que no descansé, que decisión era la acertada. O al menos para mi gusto.
No tenía café, y como no puedo empezar mi mañana sin él, salí con la campera violeta a comprar un poco, y algo de carne para el almuerzo.
Por suerte tenía cigarrillos, unos Marlboro Light. No es que esa marca reduzca mi futuro cáncer de pulmón, pero son prácticos. El supermercado estaba a dos cuadras, así que tuve que apagarlo al instante. Conseguí mi café de filtro, mi carne, y alguna bebida para llevar. Abrí la billetera y ahí estaba su foto. Con aquellos ojos azules de siempre, tan intimidantes. El castaño intacto. Los labios sellados.
Después de pagar, crucé a la plaza de enfrente. No hacía mucho frío, solo corría viento. Me acomodé en el banco y comencé a observar lo que sucedía enfrente de mí.
¿Qué clase de padres llevan a los hijos tan temprano a jugar? Después de ese comentario tan influenciado por mi modorra, me percaté de que eran las 12 del mediodía. Media hora sentada al aire libre era el hincapié necesario para volver a casa.
A dos cuadras nuevamente, el cigarrillo estaba consumiéndose, dejando a las cenizas transformarse parte de la masa.
Desde hace meses que repito la misma rutina los domingos, no estoy completamente segura de la razón (tal vez no quiero admitirla, simplemente ignorarla). ¿Ya se habrá despertado? ¿Habrá aprovechado mi ausencia de cuarenta minutos para llamarla? ¿Sacó la basura anoche? Los hechos son muy vagos, y los sueños muy responsables, voy a empezar a prestarles atención más seguido, ellos podrían llegar a darme la pauta necesaria para el día a día, y especialmente para hoy. “Hoy” es un buen día para irse de vacaciones, para viajar por la carretera sin rumbo y sola. En palabras más concretas para desaparecer con estilo.
Siguiendo el camino de mis sueños, ahora estoy sentada a los pies del colchón rígido y manchado, y finalmente empecé a recordar con precisión aquella pequeña parte que olvidé en el umbral de mi casa: Llegué, saludé al portero, subí por las escaleras (no es que esté haciendo dieta), abrí la puerta, me saqué mi abrigo, coloqué el agua para el café, guardé la carne y la bebida, me mojé las manos, las sequé, agarré el cuchillo, me dirigí al cuarto, lo vi durmiendo, le di un beso de buenos días, lo degollé, lo miré, lloré, y me senté a recordar porque lo hice.
Miren en lo que me he convertido.


S.O.

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